El fútbol no es un juego.

El fútbol no es un juego

Si el fútbol fuera un juego, nada alrededor del mismo podría ser cuestionable.

Sería tan solo un entretenimiento, y nadie sería tan estúpido como para atacar una inocente distracción lúdica.

2ª versión:

Nada hay de insalubre en la diversión (al contrario), tampoco en el entretenimiento, ni en la distracción.

Por nuestra parte, no encontramos nada censurable en que una persona se entretenga con un partido de fútbol; no obstante, el hecho de que millones de personas aparenten elegir el mismo partido de fútbol como único entretenimiento posible, puede parecer sospechoso.

Más sospechoso aún resulta que los noticiarios televisivos y periódicos dediquen al menos un tercio de su tiempo y espacio al fútbol. Muchísimo más sospechoso resulta que ciertos partidos de fútbol sean verdaderos “actos oficiales” a los que asisten jefes de estado, primeros ministros y familias reales.

Pero, en verdad, lo que supone ser delator es comprobar la brutal huella que ha dejado el fútbol en la sociedad moderna, la función que aquel tiene en esta, y la cantidad de energía que moviliza algo en apariencia tan inocente como un juego. He aquí la primera declaración: el fútbol no es un juego. Todo lo aquí expuesto está lejos de ser un juego.

Y al referirse al aspecto oculto del fútbol, no vamos a aludir a lo sucio que por ser sucio no deja de ser ampliamente conocido. Resulta famosa y asumida como algo habitual, la costumbre europea de utilizar el fútbol como una forma de blanquear dinero, bien de grandes grupos constructores, bien de personalidades relacionadas con el tráfico de drogas y otros negocios ilícitos.

Que el deporte en general -y el fútbol en particular- sean lavadoras de capital, lo sabe todo el mundo, y si alguien tiene alguna duda ahí están los sacos rotos de Silvio Berlusconi en 1995, Jesús Gil en 2002, y más recientemente los casos de Kia Joorabchian, Alexandre Martins, Reinaldo Pitta, o las conocidas relaciones con la mafia de Roman Abramovich.

La cara oculta del fútbol tampoco es el hecho ya divulgado de que la organización internacional que administra este deporte (La FIFA) esté carcomida por la corrupción, así como ha denunciado el periodista Andrew Jennings.

Tampoco lo es la archiconocida dependencia del fútbol con las grandes multinacionales textiles deportivas que manufacturan sus productos en estados-taller con los que pactan condiciones infrahumanas para sus trabajadores. Nada de esto resulta ser el aspecto oculto del fútbol, sólo parte de su cloaca, bien asumida, bien disimulada, bien perfumada, pero por todos conocida.

Hay una presencia más oscura y más cotidiana del fútbol, y por eso mismo más imperceptible: la función que desempeña el fútbol en la ingeniería social del Nuevo Orden Mundial, la impactante influencia del fútbol en todos los aspectos de la sociedad moderna, la utilización del fútbol como potente herramienta con la que el mass media hace su trabajo de control mental e hipnosis de masas.

Esta importancia del fútbol va más allá de la función del clásico “circenses” para el pueblo o, al menos, nunca antes ninguna fuerza imperial dispuso de los potentísimos medios de los que se sirve este moderno colisseo global. Todos los grandes grupos de massmedia tienen dos prensas especializadas que nunca faltan como periódicos de tirada regular: el económico y el deportivo.

Si este gran grupo es europeo, ya sabemos a lo que dedica más de un tercio de su trabajo: ¡a informar sobre fútbol! Por supuesto, nada de esto es casual, ni es fruto de un noble amor por el deporte. El interés que hace del deporte –y del fútbol- lo que es, es poder desarrollar una plataforma de manipulación social sólo comparable en Europa con las dos que en este capítulo se han tratado. En el caso concreto del fútbol, las principales funciones que desempeña en esta ingeniería social se pueden dividir en los siguientes tres puntos:

Función 1: A través del fútbol, se fijan e imponen los modelos filosóficos, comportamentales, estéticos (e incluso, de pura peluquería) que aspiran a ser aplicables a todas las razas, condiciones y edades de la nueva sociedad moderna.

Así, el futbolista de élite se presenta como un moderno Aquiles de plástico y gomina, un héroe vaciado de heroísmo que se convierte en un mero maniquí del perfecto triunfador global, una deidad invertida llevada al panteón publicitario de la moda pasajera.

No hay nadie en Europa tan socialmente valorado como un futbolista de élite: se trata de alguien conocido por muchas personas, que gana mucho dinero marcando muchos goles y ganando muchos partidos; se trata de un auténtico “campeón de la cantidad”.

El objetivo final de esta figura sería integrarla en la cultura pop y todo el abanico publicitario. El primer ejemplo triunfante de este completo modelo global fue David Beckham; tras este triunfo, le siguieron muchos otros como Freddie Ljungberg, Thierry Henry o Cristiano Ronaldo, todas figuras perfiladas en la Barclays Premier League inglesa. Sin embargo, si estos iconos comportamentales son de utilidad en la ingeniería social europea, lo son muchísimo más en las sociedades llamadas “tercermundistas”.

Si en los “países desarrollados”, los modelos impuestos son potentes influencias comportamentales y la juventud los imita, en los países más pobres el modelo del futbolista se convierte en la única oportunidad de “integración social” para millones de niños y adolescentes.

Poco importa el hecho de que esta oportunidad sea una ilusión, y que sólo un porcentaje residual tenga acceso a una mínima profesionalidad como futbolista. Este es el único sueño impuesto a chavales de la África rural, el extrarradio porteño o la favela brasileña.

Su situación desesperada de acorralamiento hace que se depositen todas las energías en la única vía de escape concebible. En esta situación, es donde la FIFA, a través de su proyecto “Goal”, trabaja en enternecedoras campañas filantrópicas en las que se regalan a las poblaciones más pobres, pelotitas de fútbol y camisetas firmadas por el astro de turno.

Esta misma filantropía es la que ocultan proyectos caritativos de corporaciones deportivas en África, así como el patrocinio de clubes de fútbol por parte de potentes ONG ́s y plataformas de la ONU como Unicef. Todo busca un objetivo: esperanzar ilusoriamente con los encantos del prestigio social del futbolista de élite. Se trata de imponer una única vía de supervivencia: una vía que saca de una miseria para llevar a otra miseria diferente, una vía que permite pasar de la desnutrición a las mansiones grotescas, los coches deportivos de lujo, y la prostitución de alto standing.

Se entenderá fácilmente que todo este entramado sólo genera (a unos y a otros, tanto al individuo como socialmente) un único sentimiento: frustración. Esta frustración resultará clave para la función que exponemos en el siguiente punto.

Función 2.- Otra función que el fútbol desempeña, esta con respecto al aficionado, es una bien reconocible: la canalización de la tensión nerviosa hacia una actividad estéril. Así, a través de los medios de comunicación, todo el descontento, la insatisfacción y la rebeldía que podrían motivar un cuestionamiento crítico por parte del individuo, van destinados a la afición futbolística.

Se entenderá así porqué los más fervientes aficionados al fútbol son los individuos más alejados de cualquier práctica deportiva. La energía destructiva generada en el individuo por la vida moderna, es condensada en “noventa minutos de odio”. Durante ese tiempo, el pacífico ciudadano puede insultar, juzgar, reclamar, patalear y criticar a su antojo, siempre dentro del contexto ad hoc: el fútbol.

Así, la agresividad no es en ningún caso sublimada, muy por el contrario, sólo es concentrada y dirigida hacia una pasión yerma y absurda. Resulta natural que al pretender controlar y manipular la energía nerviosa de la masa de semejante forma, muchas veces el fútbol acabe en episodios de violencia. Ésta es la estructura de la pasión futbolística, que a su vez desempeña una tercera función en la ingeniería social del Nuevo Orden Mundial.

Función 3.- La afición al fútbol de clubes, el pertenecer a un equipo, el “sentir los colores” supone ser un ejercicio devocional cuanto menos curioso: se trata de apoyar sentimentalmente a un colectivo sin ideología, sin ninguna base de cohesión intelectual, sin ninguna identidad natural, que no representa ya a ninguna raza, pueblo o ciudad, que no está unido por valor común alguno, y que sólo tienen una única finalidad bien explícita: la victoria consistente en superar al rival en un parcial numérico.

El fanatismo por un club de fútbol cualquiera tiene su calco en el mundo empresarial: el fanatismo corporativista. Este reflejo puede confundirse completamente cuando se ve a algunos clubes cotizando en bolsa. Un hincha de un equipo cualquiera y un perfecto trabajador corporativista aspiran a la misma cosa: participar en el éxito (bien en forma de goleada, bien en forma de beneficio económico) de una entidad que les es ajena personalmente, a la cual pertenecen desde un anonimato numérico. Y esa es la tercera función que desempeña el fútbol en el Nuevo Orden Mundial: entrenar a la población en el fervor descerebrado, en la devoción mística del cordero, en la lealtad del rebaño, es decir, en el fanatismo corporativista.

Por lo tanto, estas suponen ser las funciones del fútbol resumidas en tres puntos. Les habrá que se pregunten por qué precisamente es el fútbol el deporte escogido y no otro. Si existe una respuesta adecuada a esa pregunta, estará en la estructura y el origen mismo del fútbol, que -como todo el mundo sabe- es inglés.

Es indudable que la expansión del fútbol está estrechamente relacionada con el imperialismo británico, y nadie puede negar que el fútbol es el deporte más popular, como la lengua inglesa es la lengua más hablada o la música pop el folclore más bailado. Sin embargo, esto tampoco explicaría que el fútbol sea el aspirante a deporte global, y no, por ejemplo, el hockey.

¿Por qué precisamente el fútbol?

Todo juego tradicional es eso mismo porque parte de su estructura y reglamento están relacionados con los principios metafísicos donde se apoya dicha tradición, y así es, por ejemplo, como sucede con el ajedrez indio o el tlachtli azteca. En el caso del deporte moderno (como inversión profana de un juego), no es extraño encontrar relaciones con el simbolismo de grupos contrainiciáticos. Se podría hacer un estudio sobre los paralelismos simbólicos de muchos deportes británicos y la ritualística francmasona.

Así, en el fútbol, el cual se desarrolló como lo conocemos a través de un reglamento conformado en 1848 por una hermandad estudiantil de Cambridge, podemos ver como en sus primeros códigos los equipos no eran once contra once, sino doce contra doce, disponiendo ya cada equipo de un técnico o entrenador. Por lo tanto, el equipo de fútbol original estaría formado por 13 (12+1) miembros, siendo este 13 (descompuesto en 12+1) un simbolismo harto abusado por las logias francmasonas inglesas del siglo XIX. El simbolismo del número 13, ilustrado con la figura cristiana de “los doce apóstoles y el Mesías”, estaría en toda la estructura, ritualística y gradación del Rito Escocés.

Además, la estructura del equipo de fútbol estaría relacionada con las teorías modernas de organización social que tanto gustaban a la francmasonería británica, al inspirarse con torpeza en la división de castas de su colonia india.

Así, el equipo estaría formado por un mister o entrenador que no interviene materialmente en el juego y que aporta su guía invisible (el sumo sacerdote, el brahman), unos valientes atacantes que aspiraban a la gloria del gol a través de la rapidez y el movimiento (los guerreros, los chatrias), unos defensores que administran, protegen y distribuyen el juego (los comerciantes, los vaishias), y finalmente, los porteros que a través de sus manos, no tienen otra función que contener y soportar la furia del ataque enemigo (los trabajadores, los shudras)

Existen sin duda más relaciones simbólicas interesantes que nos aportan datos sobre el origen del fútbol, pero con todos ellos, sólo obtendríamos hipótesis que podrían ser interpretadas por algunos de nuestros lectores como vana especulación.

Además, estas implicaciones no parecen tener solución de continuidad sencilla con lo que el fútbol ha llegado a ser hoy en día: una poderosa herramienta de control mental al servicio de los arquitectos globales, un péndulo de hipnosis de masas en manos del massmedia, una plataforma de manipulación social nunca antes conocida.

Esta plataforma que se ha expuesto (Industria del cine + “cultura pop” + deporte) tendría un núcleo común de fácil identificación: los medios audiovisuales. Resulta relativamente sencillo evaluar en cualquier ciudadano el impacto de la superestructura de control mental de masas que se esconde tras los medios audiovisuales.

Basta con preguntar a cualquier hombre moderno, ¿qué opinas sobre esto o aquello? Independientemente de cuál sea su opinión, las fuentes de su información vendrán de la plataforma audiovisual. Todo lo que el hombre moderno piensa, quiere, necesita, opina, rechaza, sigue, admira, detesta, sufre, goza, anhela, desea y compra, se impone como contenido subconsciente colectivo a través de los medios audiovisuales de la televisión, el cine, el internet…

Fuera de esa estructura, no hay nada más allá de la limitada percepción concreta de su día a día en la sociedad moderna: el desayuno, el trabajo, el transporte, sus vecinos… La plataforma mediática se convierte así para el “nuevo hombre”, no sólo en “una ventana al mundo”, sino en la “única ventana al mundo”.

En los capítulos siguientes, se comprobará que esa única ventana permanece ferozmente cerrada con un poderosísimo candado. La limitadísima utilidad de esta ventana dependerá de comprobar cuán sucios están los cristales a través de los cuales se ve una distorsionada porción del mundo que se confunde con un mundo entero. Evaluemos –por lo tanto- esa suciedad.

Fuente : danza final de kali

 

 

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